«Amigo, tú que tienes experiencia de estas cosas, me dirás lo que debo hacer». A lo que el hombre contestó: «No tienes que hacer más que pasearte, mover las piernas; entonces te tiendes en la cama y el veneno producirá su efecto». Así diciendo, entregó la copa a Sócrates, quien la tomó con gesto amable, y sin inmutarse miró al carcelero y le dijo: «¿Crees tú que puedo hacer una libación a algún dios con el veneno?». El hombre respondió: «Preparamos, Sócrates, solo la cantidad que juzgamos necesaria». «Comprendo —repuso Sócrates—; no obstante, antes de beberlo quiero y debo rogar a los dioses que me protejan en mi viaje al otro mundo». Y tomando la copa, sin vacilar, bebió el veneno. Hasta entonces, los discípulos que rodeaban a Sócrates habían podido contenerse sin manifestar su dolor, pero cuando el maestro hubo tragado el último sorbo de veneno, empezaron a llorar y gemir, y hasta uno de ellos, llamado Apolodoro, se deshizo en llanto, escapándosele un gran grito. Tan solo Sócrates se mantenía en calma. «¡Qué extraños ruidos hacéis! —les dijo—; he mandado que las mujeres se marcharan para que no nos molestaran con su llanto, porque yo creo que un hombre debe morir en paz. ¡Estad tranquilos y tened paciencia!» Cuando los discípulos oyeron esto, se avergonzaron y reprimieron sus lágrimas. Sócrates continuó paseándose hasta que sus piernas no pudieron sostenerle; entonces se tendió sobre el lecho. El carcelero le tocó los pies, preguntándole si lo notaba, y él contestó que no. Después le palpó las piernas y más arriba, diciéndonos que ya todo él estaba frío y rígido. Sócrates se palpó también y dijo: «Cuando el veneno llegue al corazón será el fin». Pronto empezó a ponerse frío de las caderas, y descubriendo entonces la cabeza, que ya se había tapado, dijo: «Critón, ahora me acuerdo que debo un gallo a Asclepio». «Se pagará, no lo dudes —díjole Critón—; ¿quieres algo más?…» Pero Sócrates ya no respondió a esa pregunta. Al cabo de uno o dos minutos pareció moverse y los que rodeaban el lecho lo destaparon. Tenía ya los ojos fijos, y Critón le cerró boca y párpados.
PLATÓN, Fedón.
"La muerte de Sócrates" 1787. Jaques-Louis David. Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (USA) Haz click en la imagen para ampliar. |
Corría el año 399 a. C. y Sócrates había tomado el “veneno de estado”, la copa de cicuta, tras ser juzgado, declarado culpable y condenado a muerte por despreciar a los dioses atenienses y por corromper a los jóvenes, alejándolos de los principios de la democracia. En la Atenas posterior a Pericles, el empleo de veneno como modo de ejecución era algo habitual. Murió a los 70 años y aceptó serenamente este final…
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Nota: Este post ha sido publicado originalmente en Next Door Publishers. Puedes encontrarlo aquí